Por un segundo, el espanto de destruir el resto que quedaba de nuestro amor y de quedarme definitivamente solo, me hizo vacilar.
Pensé que quizá era posible echar a un lado todas las dudas que me torturaban. Qué me importaba lo q fuera María más allá de nosotros? A medida que avanzaba en estas reflexiones, más iba haciéndome a la idea de aceptar su amor así, sin condiciones y más me iba aterrorizando la idea de quedarme sin nada, absolutamente nada.
Y de ese terror fue naciendo y creciendo una modestia como sólo pueden tener los seres que no pueden elegir.
Desgraciadamente, María me falló 1 vez más.
Cómo la necesitaba! Y tan poco que estaba dispuesto a pedirle, a mendigarle!
Pero, pensé con feroz amargura, entre consolarme a mí en un parque y acostarse con Hunter en la estancia no podía haber lugar a dudas. Y en cuanto me hice esta reflexión tuve la certeza de algo.
Una amargura triunfante me poseía ahora como un demonio. Tal como lo había intuído!
Me dominaba a la vez un sentimiento de infinita soledad y un insensato orgullo: el orgullo de no haberme equivocado.
Iba a salir, corriendo, cuando tuve una idea. Fuí a la cocina, agarré un cuchillo grande y volví al taller, había algo que quería destruir sin dejar siquiera rastros.
Eran las 6 de la tarde. Calculé que con el auto a las 10:00pm llegaría. "Buena hora", pensé.
En cuanto salí al camino tuve la certeza de que realizaría por fin algo concreto con ella.
En esa voluptuosidad aparecían y desaparecían sentimientos de culpa, de odio y de amor: eso me entristecía y me amargaba.
Ella, María, podía reírse con frivolidad, podía entregarse a ese cínico, a ese mujeriego, a ese poeta falso y presuntuoso!
Qué desprecio sentía entonces por ella! Busqué el doloroso placer de imaginar esta última decisión suya en la forma más repelente: por un lado estaba yo, estaba el compromiso de verme esa tarde; para qué?, para hablar de cosas oscuras y ásperas, para ponernos una vez más frente a frente a través del muro de vidrio, para mirar nuestras miradas ansiosas y desesperanzadas, para tratar de entender nuestros signos, para vanamente querer tocarnos, palparnos, acariciarnos a través del muro de vidrio, para soñar una vez más ese sueño imposible.
Por el otro lado estaba Hunter y le bastaba tomar el teléfono y llamarla para que ella corriera a su cama.
Qué grotesco, qué triste era todo!
Llegue a las 10:15pm. Detuve el auto en el camino real, para no llamar la atención con el ruido del motor y caminé.
Cuando llegué a esa casa, ví que estaban encendidas las luces de la planta baja; pensé que todavía estarían en el comedor.
Se sentía ese calor estático y amenazante que precede a las violentas tempestades de verano.
Fué una espera interminable. No sé cuánto tiempo pasó en los relojes, tiempo que es ajeno a nuestros sentimientos, a nuestros destinos, a la formación o al derrumbe de un amor, a la espera de una muerte. Pero de mi propio tiempo fue una cantidad inmensa y complicada, y era como si los 2 hubiéramos estado viviendo en túneles paralelos, sin saber que íbamos el uno al lado del otro, como almas semejantes en tiempos semejantes, para encontrarnos al final de esos pasadizos, los pasadizos se habían por fin unido y la hora del encuentro había llegado...
La hora del encuentro había llegado! Pero, realmente los pasadizos se habían unido y nuestras almas se habían comunicado?
Qué estúpida ilusión mía había sido todo esto! En todo caso había un sólo túnel, oscuro y solitario: el MÍO, el túnel en que había transcurrido mi infancia, mi juventud, toda mi vida. En realidad ella pertenecía al ancho mundo, al mundo sin límites de los que no viven en túneles; y quizá se había acercado por curiosidad a una de mis extrañas ventanas y había visto el espectáculo de mi insalvable soledad. Y entonces, mientras yo avanzaba siempre por mi pasadizo, ella vivía afuera su vida normal, la vida agitada que llevan esas gentes que viven afuera, esa vida curiosa y absurda en que hay bailes y fiestas y alegría y frivolidad. Y a veces sucedía que cuando yo pasaba frente a una de mis ventanas ella estaba esperándome muda y ansiosa (por qué esperándome? y por qué muda y ansiosa?) pero a veces sucedía que ella no llegaba a tiempo o se olvidaba de este pobre ser encajonado, y entonces yo, con la cara apretada contra el muro de vidrio, la veía a lo lejos sonreír o bailar despreocupadamente o, lo que era peor, no la veía en absoluto y la imaginaba en
lugares inaccesibles o torpes. Y entonces sentía que mi destino era infinitamente más solitario que lo que había imaginado.
Después de este inmenso tiempo de mares y túneles, ellos bajaron por la escalinata.
Cuando los ví del brazo, sentí que mi corazón se hacía duro y frío como un pedazo de hielo.
Bajaron lentamente, como quienes no tienen ningún apuro. "Apuro de qué?", pensé con amargura. Y sin embargo, ella sabía que yo la necesitaba, que esa tarde la había esperado, que habría sufrido horriblemente c/u de los minutos de inútil espera. Y sin embargo, ella sabía que en ese mismo momento en que gozaba en calma yo estaría atormentado en un minucioso infierno de razonamientos, de imaginaciones. Qué implacable, qué fría, qué inmunda bestia puede haber agazapada en el corazón de la mujer más frágil!
Ella podía mirar el cielo tormentoso como lo hacía en ese momento y caminar del brazo de ÉL (del brazo de ese grotesco individuo!), caminar lentamente del brazo de ÉL por el parque, aspirar sensualmente el olor de las flores, sentarse a su lado sobre la hierba; y no obstante, sabiendo que en ese mismo instante yo, que la habría esperado en vano, que ya habría hablado a su casa y sabido de su viaje a la estancia, estaría en un desierto negro, atormentado por infinitos gusanos hambrientos, devorando anónimamente c/u de mis vísceras.
Y hablaba con ese monstruo ridículo! De qué podría hablar María con ese infecto personaje? Y en qué lenguaje? O sería yo el monstruo ridículo? Y no se estarían riendo de mí en ese instante?
Y no sería yo el imbécil, el ridículo hombre del túnel?
La tormenta estaba ya sobre nosotros. Tuvieron que correr a refugiarse en la casa. Mi corazón comenzó a latir con dolorosa violencia.
Desde mi escondite, sentí que asistiría, por fin, a la revelación de un secreto abominable pero muchas veces imaginado.
Vigilé las luces del 1er piso, que todavía estaba completamente a oscuras. Al poco tiempo ví que se encendía la luz del dormitorio de Hunter. Hasta ese instante, todo era normal: el dormitorio de Hunter estaba frente a la escalera y era lógico que fuera el primero en ser iluminado. Ahora debía encenderse la luz de la otra pieza. Los segundos que podía emplear María en ir desde la escalera hasta la pieza estuvieron tumultuosamente marcados por los salvajes latidos de mi corazón.
Pero la otra luz no se encendió.
Dios mío, no tengo fuerzas para decir qué sensación de infinita soledad vació mi alma!
Mi cuerpo se derrumbó lentamente, como si le hubiera llegado la hora de la vejez.
De pie entre los árboles, sentí que pasaba un tiempo implacable.
Hasta que, a través de mis ojos mojados por el agua y las lágrimas, ví que una luz se encendía en el otro dormitorio.
Lo que sucedió luego lo recuerdo como una pesadilla. Trepé hasta la planta alta por la reja de una ventana. Luego, caminé hasta encontrar una puerta. Entré y busqué su dormitorio. Temblando empuñé el cuchillo y abrí la puerta. Y cuando ella me miró con ojos alucinados, yo estaba de pie, en la puerta. Me acerqué a su cama y cuando estuve a su lado, me dijo tristemente:
-Qué vas a hacer, Juan Pablo?
Poniendo mi mano izquierda sobre sus cabellos, le respondí:
-Tengo que matarte, María. Me has dejado solo.
Entonces, llorando, le clavé el cuchillo en el pecho. Ella apretó las mandíbulas y cerró los ojos y cuando yo saqué el cuchillo chorreante de sangre, los abrió con esfuerzo y me miró con una mirada dolorosa y humilde. Un súbito furor fortaleció mi alma y clavé muchas veces el cuchillo en su pecho y en su vientre.
Después salí con un gran ímpetu, como si el demonio ya estuviera para siempre en mi espíritu. Regresé a las 4:00 o 5:00am.
Telefoneé a la casa de su marido, lo hice despertar y le dije que debía verlo sin pérdida de tiempo.
Al llegar, ví a Allende frente al ascensor. Lo agarré de un brazo y lo arrastré dentro. Lo hice echar y le grité al ciego:
-Vengo de la estancia! María era la amante de Hunter!
La cara de Allende se puso mortalmente rígida.
-Imbécil!- Y grito entre dientes, con un odio helado.- Insensato!
Exasperado por su incredulidad, le grité:
-Usted es el imbécil! María era también mi amante y la amante de muchos otros!
Sentí un horrendo placer, mientras el ciego, de pie, parecía de piedra.
-Sí!- grité -Yo lo engañaba a Ud. y ella nos engañaba a TODOS!
Pero ahora ya no podrá engañar a nadie comprende? A nadie! a nadie!
Escapé a la calle por la escalera. Me poseían el odio, el desprecio y la compasión.
Cuando me entregué, en la comisaría, eran casi las 6:00am.
A través de la ventanita de mi calabozo ví cómo nacía un nuevo día, con un cielo ya sin nubes.
Sentí que una caverna negra se iba agrandando dentro de mi cuerpo.
En estos meses he intentado muchas veces razonar la última palabra del ciego, la palabra "insensato".
Un cansancio muy grande, me lo impide. Algún día tal vez logre hacerlo...
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